Es compacta y excluyente en el centro; difusa y fragmentada en la periferia. El horizonte es una ciudad compacta, cercana y conectada. Que gane en densidad, pero incluyendo, con un Estado que controle la “botonera”.
Abordar el presente de Neuquén es el objetivo. Nuestra aliada, una vieja conocida: la historia. Cuando miramos por el espejo retrovisor, distinguimos con claridad dos formas de “hacer ciudad”.
La primera acompaña a Neuquén desde su propio origen. Es una urbanización extensiva, centrífuga o simplemente “hacia afuera”. Es la de los loteos discontinuos, la de los complejos habitacionales a kilómetros del centro, la que obligó (y obliga) a muchos vecinos a ocupar tierras fiscales de localización periférica. Es la Neuquén del “barrio de los intrusos” de los cuarenta, pero también la de la “bajada de Pluspetrol”.
Este tipo de urbanización hizo de Neuquén una de las ciudades menos densamente pobladas de la Argentina. Es la responsable de que los servicios hayan llegado tarde (y mal). Y no solo eso: convirtió a Neuquén en un espejo de múltiples caras, una ciudad donde conviven muchas ciudades.
La segunda es bastante más reciente. No tiene más de veinte años. Es hija de la posconvertibilidad, cuando los ahorros se volvieron ladrillos.
Es la ciudad que creció “hacia arriba”, la de las grandes torres, la de los “countries en altura”. Es la que a diario logra una mágica alquimia: convierte la renta petrolera en renta inmobiliaria.
Esa que se apalanca en una normativa a medida de los desarrolladores. Es la que logro que la excepción fuera la norma. Esa que el estado municipal, con sus obras faraónicas, ayudó a valorizar.
Pero es también la de los alquileres por las nubes que empuja a miles hacia las orillas (e inclusive a ciudades vecinas).
Más allá de sus diferencias, ambos tipos de urbanización colaboraron para que Neuquén sea una ciudad “com-fusa”: compacta y excluyente en el centro; difusa y fragmentada en la periferia.
Torcer esa realidad es posible. El horizonte es una ciudad compacta, cercana y conectada. Una que gane en densidad, pero incluyendo. El desafío es doble.
Por un lado, resulta necesario utilizar con criterio la (cada vez más escasa) tierra pública disponible. No aquella urbanizable (llámese “lotes con servicio” de localización periférica), sino priorizar los vacíos que aún existen en la mancha urbana.
Por el otro lado, es crucial recuperar parte de la renta inmobiliaria, especialmente aquella generada a partir de la intervención del Estado.
En pocas palabras, necesitamos un estado que controle la botonera de la ciudad: el derecho a la ciudad depende de ello.
Joaquín Perren*
* Doctor en Historia. Docente de la Universidad Nacional del Comahue. Investigador del Instituto Patagónico de Estudios en Humanidades y Ciencias Sociales (IPEHCS) (Universidad Nacional del Comahue/CONICET).
www.rionegro.com.ar